viernes, agosto 17, 2007

Palominos-Mi obsesión

La quinta estación - Me muero

El hombre que no creía en el amor...

Había un hombre que no creía en el amor, era una persona normal, común y corriente como cualquier otra, lo que lo hacia especial era su forma de pensar, estaba convencido de que el amor no existía. Había acumulado mucha experiencia en su intento por encontrar el amor.

Donde quiera que iba solía explicar que el amor no era otra cosa más que una invención de los poetas, una invención de las religiones que intentaban con esto manipular la mente débil de los seres humanos, para convertirlos en creyentes. Decía que el amor no era real, y que por eso ningún ser humano lo encontraría por mas que lo buscase.

Era capaz ante cualquier audiencia de defender con contundencia su razonamiento. Lo que decía era que el amor era como una especie de droga, te exalta, pero a la vez crea una especie de dependencia, por lo que es posible convertirse en un adicto a él. Y ¿qué ocurre cuando no recibes tu dosis diaria, dosis que necesitas al igual que un drogadicto?

Solía decir que la mayoría de las relaciones se parecen a las que mantiene un adicto a las drogas con la persona que se las suministra, la persona que tiene la necesidad mayor es la que sufre la adicción, la que tiene la necesidad menor, es la que se las suministra, y la que tiene la menor necesidad es la que controla toda la relación.

Generalmente en todas las relaciones hay una persona que ama más y otra que ama menos y se aprovecha de la que le ofrece su corazón. El adicto (el que tiene más necesidad), vive con un miedo constante, temeroso de que, quizás no sea capaz de conseguir su próxima dosis de amor, o de droga. El adicto piensa ¿Qué voy a hacer si ella me deja? Ese miedo lo convierte en un ser muy posesivo, se vuelve celoso y exigente porque teme no conseguir su próxima dosis. Por su parte, el suministrador puede controlar y manipular a la persona que necesita la droga dándole mas dosis, menos o retirándosela del todo. La persona que tiene más necesidad acabará por rendirse completamente y hará todo lo que pueda para no verse abandonada. Sus argumentos eran bastante lógicos y convenció a mucha gente con sus palabras.

Un día este hombre salió a dar un paseo por el parque, donde se encontró sentada en un banco a una hermosa mujer que estaba llorando. Cuando advirtió su llanto, sintió curiosidad, se sentó a su lado y le preguntó si podía ayudarla. También le peguntó porque lloraba. Puedes imaginar su sorpresa cuando ella le respondió que estaba llorando porque el amor no existía. Él dijo Esto es increíble: Una mujer que cree que el amor no existe. Por supuesto quiso saber más cosas de ella.
¿Por qué dice que el amor no existe? -Le preguntó-.

Bueno es una larga historia -replicó ella-. Me casé cuando era muy joven, tenía la esperanza de compartir mi vida con el que se convirtió en mi marido. Nos juramos fidelidad, respeto. Pero pronto todo empezó a cambiar, yo me convertí en la típica mujer consagrada al cuidado de los hijos y de la casa. Mi marido continuó progresando en su profesión y su éxito e imagen fuera del hogar se volvió para el más importante que su propia familia. Me perdió el respeto, yo se lo perdí a el.

Pero los niños necesitaban un padre y esa fue la excusa que utilicé para continuar manteniendo la relación apoyarle en todo. Ahora los niños han crecido y se han independizado, ya no tengo excusa para seguir junto a él.

Como el hombre la comprendía muy bien, la abrazó y le dijo:
Tiene razón, el amor no existe. Buscamos el amor abrimos nuestro corazón, nos volvemos vulnerables y lo único que encontramos es egoísmo. Y aunque creemos que no nos dolerá, nos duele.

Se parecían tanto que pronto trabaron una gran amistad, la mejor que habían tenido jamás. Era una relación maravillosa se respetaban mutuamente y nunca se humillaban el uno al otro. Entre ellos no había envidia ni celos, no se controlaban el uno al otro y tampoco se sentían poseedores uno del otro. Les encantaba estar juntos porque, en esos momentos, se divertían mucho. Además siempre que estaban separados se echaban de menos.

Un día él, durante un viaje que lo había llevado fuera de la ciudad, tuvo una idea verdaderamente extraña. Pensó: Mm, tal vez lo que siento por ella es amor. Pero esto resulta muy distinto de todo lo que he sentido anteriormente. No es lo que los poetas dicen, no es lo que la religión dice que es, porque yo no soy responsable de ella. No tomo nada de ella; no siento la necesidad de que ella cuide de mí; no necesito echarle la culpa de mis problemas ni echarle encima mis desdichas. Juntos es cuando mejor la pasamos; disfrutamos uno del otro, respeto su forma de pensar, sus sentimientos.

A duras penas pudo esperar a volver a casa, para hablarle de su extraña idea. Tan pronto empezó a explicársela, ella le dijo: sé exactamente lo que me quieres decir, hace tiempo que vengo pensando lo mismo, pero no quise compartirlo contigo porque sé que no crees en el amor. Quizás el amor si existe, pero no es lo que creíamos que era.

Decidieron convertirse en amantes y vivir juntos, increíblemente las cosas no cambiaron entre ellos, continuaron respetándose el uno al otro, apoyándose, y el amor siguió creciendo cada vez más. Eran tan felices que incluso las cosas más sencillas les provocaba un canto de amor en su corazón.

El amor que él sentía llenaba de tal modo su corazón que, una noche ocurrió un gran milagro. Estaba mirando las estrellas y descubrió entre ellas, la más bella de todas; su amor era tan grande que la estrella empezó a descender del cielo, y al cabo de poco tiempo la tuvo en sus manos. Después sucedió otro milagro, y entonces su alma se fundió con aquella estrella. Se sintió inmensamente feliz que apenas fue capaz de esperar para correr hacia la mujer y depositarle la estrella en sus manos, como prueba del amor que sentía por ella. Pero en el mismo momento en el que le puso la estrella en sus manos, ella sintió duda: pensó que se amor resultaba arrollador, y en ese instante, la estrella se le cayó de las manos y se rompió en un millón de pequeños fragmentos.

Ahora, un hombre viejo anda por el mundo jurando que no existe el amor, y una hermosa mujer mayor espera a un hombre en su hogar, derramando lágrimas por un paraíso que una vez tubo en sus manos pero que, por un momento de duda perdió. Esta es la historia del hombre que no creía en el amor.

¿Quién de los dos cometió el error? ¿Sabes que es lo que no funcionó? El que cometió el error fue él al pensar que podía darle su felicidad a la mujer. La estrella era su felicidad y su error fue poner su felicidad en las manos de ella. La felicidad nunca proviene del exterior. Él era feliz por el amor que emanaba de su interior; ella era feliz por el amor que emanaba de sí misma. Pero tan pronto como él la hizo responsable de su felicidad, ella rompió la estrella porque no podía responsabilizarse de la felicidad de él.

Si tomas tu felicidad y la pones en manos de alguien más, más tarde o más temprano, la romperá. Si le das tu felicidad a otra persona, siempre podrá llevársela con ella. Y como la felicidad solo puede provenir de tu interior y es el resultado de tu amor, solo tu eres responsable de tu propia felicidad. Jamás podemos responsabilizar a otra persona de nuestra propia felicidad.

Fuente: Tercer capítulo del libro" La maestria del amor" del Dr, Miguel Ruiz.

 
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